La conversación de sus amigos no era muy amena esta noche. Uno no decía palabra y estaba como embobado mirando al suelo, el otro no callaba. Que si su mujer esto, que si su mujer lo otro. Estaba harto, tal vez fuera envidia. A él no le gustaba hablar de su mujer. Es más, odiaba a esa mujer, y todavía odiaba más a esa pequeña comadreja que era su hija.
Entre copa y copa de vino, recordaba, no sin satisfacción, la discusión de la noche anterior. Ella se había atrevido a ponerle la mano encima. Ella le había pegado. Ya había sido el colmo de la impertinencia. Se desquitó de buena manera, incluso se había llegado a hacer daño en el puño. Y esa mocosa con sus trece años de mierda se creía que podía recriminarle algo. También se fue a dormir con una buena tunda.
Lo mejor de esas discusiones era el después. Excitado, recordaba como ella había estado sumisa y le había proporcionado el mejor de los placeres. Había quedado extenuado. Ahora se relamia solo de pensar en lo que iba a hacer esta noche.
Claro que lo mejor estaba por llegar, cuando esa niñata tuviera un par de años más y se hubiera formado su cuerpo un poco más. Pensando en ella ahora, siendo aún una niña, le hacía parecer un degenerado. Pero con quince o dieciséis años, quien mejor que su padre para enseñarle todo lo que una mujer debería de saber.
Su amigo el silencioso se levantó y colocó un billete debajo de la copa sin haberla probado. Se marchó sin decir palabra.
Este si que tiene un buen problema con la bruja esa. Comentó en voz baja.
Si, su mujer lo odia a muerte. ¿Sabias que él le pega?. Dijo el otro, interrumpiendo un momento las alavanzas a su propia esposa.
Bah, no será para tanto, además quien no le ha dado algun sopapo a su mujer.
El otro bajo la cabeza y sin decir nada apuro su zumo. Se recostó en la silla y quedó pensativo.
Bueno, esto se muere. Mejor me voy a casa, empiezo a tener hambre. Adiós.
Adiós.
Se levantó y con una sonrisa de satisfacción pensando en el futuro inmediato, se dirigió hacia su casa.
Al llegar a su portal vio encendidas todas las luces de su casa. Esto ya era demasiado. Como ella no paga la luz. Se iba a enterar de una vez por todas.
Subió las escaleras, hecho una furia, y mientras buscaba las llaves en el bolsillo, se le ocurrió la idea de entrar con sigilo y pillarlas de golpe. Menuda sorpresa se iban a llevar esa pareja de zorras.
Abrió lo más silenciosamente que pudo e igualmente cerró la puerta. Enseguida captó una conversación entrecortada con sollozos, era su mujer y alguien chistaba intentando calmarla.
Se acercó hasta la puerta entreabierta del salón, y allí, sentada en el sofá estaba su mujer abrazando a su hija y a su la lado una mujer que él no conocía.
Yo no quería llegar a esto. Dijo su mujer. Pero mama, había que hacerlo o habría acabado matandonos. Contesto la niña.
¿Que había hecho esa pequeña puta?. Él empezaba a estar muy enfadado e iba hacer lo necesario para que se enteraran de una vez por todas, quien era el que mandaba en esa casa. Y en cuanto a la amiga, o lo que fuera, más le valía salir de allí por piernas, sino también se iba a llevar lo suyo.
Entró como una exhalación en el salón, directo hacia su mujer con la mano ya preparada para darle el primer golpe. Su mujer solo tuvo tiempo de proteger a su hija de los golpes que preveía.
Él solo tenia en su mente castigar a esa pareja de ingratas, y sin darse cuenta de lo que ocurría, se encontró boca abajo en el suelo, con la rodilla de la otra mujer clavada en sus riñones. Cuando quiso empezar a forcejear y protestar, aquella condenada mujer le retorcía los brazos hacia atrás y a la vez que le colocaba unas esposas decía algo de que estaba detenido.
Años más tarde, un hombre con el ceño fruncido por el odio, salía de la cárcel. Rumiando su odio, había pasado cinco años entre cuatro paredes y rodeado de las más indecentes personas que pudiera haber. Recordaba con amargura, los días posteriores a su detención, el maldito juicio, en el que hasta su abogado lo miraba con desprecio. Allí, durante esos días vergonzosos, se había enterado que su maldita hija había llamado a ese condenado número de protección a la mujer, e incluso a la policía, y por su culpa habían mandado a esa mujer que lo había detenido. También ella pagaría por haberle humillado delante de su familia.
Pero esta vez, no iría a lo loco, no. Esta vez iba a tener paciencia, su vida ya estaba arruinada y el volver a la cárcel ya no le importaba. Esta vez lo planificará bien, tenia tiempo de sobras.
Dejo pasar un mes, mientras le crecía la barba, y se afeito la cabeza para ser lo menos reconocible posible. Tras eso, empezó a vigilar su antigua casa, y después de unos pocos días, supo ya como debía actuar. Iba a ser extremadamente fácil, ella siempre estaba allí.
Todas las noches alrededor de las once, una muchacha de unos dieciocho años, supuso que era su hija, salía del portal y después de seguirla unas noches, se convenció, de que acudía a buscar al que debía ser su novio, a un restaurante cercano, y tras pasear y darse unos besos, él la acompañaba de nuevo hasta el portal, donde se despedían después de otros arrumacos. Así, calculó, que tenía más o menos una hora para encargarse de su mujer, y esperar la vuelta de su hija y acabar con ella, eso si, más despacio y más a gusto.
La noche elegida llegó, apenas había una nube en el cielo, y la luna resplandecía iluminando hasta el último rincón de la calle. Él oculto en un portal proximo, miraba nervioso su reloj, esperando la salida habitual de la muchacha. Pasados unos minutos de las once, la luz del portal se encendió, e instantes más tarde salia la chica. Él salió de su escondite, y corrió silenciosamente hasta la puerta que se cerraba lentamente, si no lo conseguía tendría que esperar hasta la siguiente noche, no podía esperar más.
Cuando la puerta estaba a punto de cerrarse, la empujó con vehemencia y estuvo a punto de caer en el interior del patio, debido a su impulso.
Dejó pasar unos segundos, hasta que su respiración y su corazón se tranquilizaron.
Subió las escaleras lo más serenamente que pudo. ¿Y si no abría la puerta?, ¿y si lo reconocía y llamaba a la policía? . Su mente se llenaba de temores, pero el ansia de venganza pudo más, y enseguida descartó cualquier asomo de duda.
Se plantó ante la puerta, llamó al timbre. Una voz desde el interior contesto. Un momento ahora voy. Siempre tan confiada la inútil de ella. Pensó, con un asomo de indignación. Aunque no consiguió reprimir una sonrisa de satisfacción, no se creía que fuera a ser tan fácil.
El chasquido de un cerrojo descorriendose, le despertó de sus ensoñaciones, al menos hacia algo bien la desdichada.
La puerta se entreabrio y una cara risueña se asomo. Hola, ¿qué quiere?.
Él no la miraba a ella, solo observaba la apertura de la puerta, buscando la cadena de seguridad, no la veía por ninguna parte. A la vez que pensaba lo increíblemente fácil que estaba sucediendo todo, se avalanzó sobre la puerta y sin darle tiempo a ella ya la cogia del cuello con ambas manos. El empujón fue tan fuerte y repentino que hizo caer a la mujer de espaldas con el sobre ella sin dejar de apretar con sus manos sobre su cuello.
Ella apenas si podía articular más sonido que un leve gazñido. La falta de aire en sus pulmones y la desagradable sorpresa la estaban paralizando,y en sus ojos solo había un inmenso terror.
Él notaba como la vida de la mujer se deslizaba entre sus dedos, y poseído de una excitacion creciente, redobló sus fuerzas, como si quisiera arrancarle la cabeza con sus propias manos. Apretaba los dientes con rabia y satisfacción, al final había llegado su merecida venganza.
Una explosión de dolor le inundó la cabeza, haciéndole soltar su presa, se deslizó como un muñeco de trapo, cayendo al suelo al lado de la mujer que tosia desesperada intentando hacer acopio de oxígeno.
No entendía nada, y con esfuerzo consiguió apoyarse en un codo y levantar su cabeza. Una extraña neblina roja le dificultaba la visión, pero a través de ella vio a una joven desconocida con algo en sus manos. Intento preguntar quien era pero, como si fuera una escena surrealista, vio como el objeto que aquella joven portaba se le acercaba lentamente.
Esta vez, no hubo dolor, solo oscuridad. Cayó completamente inerte y por debajo de un espantoso zumbido escucho unas palabras lejanas.
¿Estás bien mama?. ... tranquila ya he llamado a urgencias.
¿Mama?, maldita sea, había vuelto antes de hora.
...ha sido una suerte que me quitará los auriculares a tiempo.
Ella siempre había estado allí, entonces aquella otra, ¿quien era?.
El zumbido dejo paso a un silencio oscuro y frío.
La joven llegó como todas las noches acompañada de su novio, y se asustó cuando en el portal de su casa vio con las luces encendidas, ambulancias y coches de policía. Echo a correr seguida del chico y al momento se tranquilizó viendo a sus padres hablar con uno de los muchos policías que se encontraban en el lugar.
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