domingo, 11 de diciembre de 2016

Apariencias

   Tenia los ojos y la mirada de un loco, el rostro contraído como un loco. Sus gestos y ademanes, muchas veces rápidos e inconexos eran los de un loco. Sus cambios repentinos de humor, tan pronto reía,  lloraba o se enfurecida eran los de un loco.

    Tenia toda la apariencia de un loco.

   ¿Por qué cada vez que me miró en el espejo, pregunto lo mismo?,¿ eres tu el loco, o soy yo?.

 

sábado, 10 de diciembre de 2016

martes, 6 de septiembre de 2016

Navegante 1

  Soy navegante de segunda, debería de ser de primera, no solo por haberme licenciado con el número uno de mi promoción en la academia de Salou, la más prestigiosa del planeta, sino por la cantidad de viajes en los que he participado. Pero los capitanes para los que trabajo, obligados por el sindicato a contratar un navegante para los viajes interestelares, solo contratan a navegantes de segunda, o mejor dicho contratan a los de primera pagando el sueldo de segunda. Es lo de siempre, o lo coges tú, o hay mil detrás tuyo esperando. Los antiguos contratos de un día, los han vuelto a aplicar, actualizándolos y dicen que un día luz es un día. Así que trabajo por días, días luz o lo que viene a ser lo mismo viajes de millones de kilómetros por unas pocas pesetas.

Y como somos los únicos tan chalados y tozudos para hacer esos viajes, las pesetas llueven por estos lares. Por cierto las pesetas, siguen siendo rubias como en la época de ese tío que llamaban Paco, o de un tal Juan no sé qué primero, pero ahora son del bonito color del oro.



                Si, pesetas, hace un par de siglos la Unión se fue a freír espárragos, y cada país tiró por su lado, pero ahí no acabo todo, dentro de cada nación las diferentes regiones, autonomías y como se llamaran en cada lugar, también se independizaron y el que más pudo más se llevó por delante.

               

                 En mi tierra, en Aragón, tuvimos la suerte o la desgracia, del nacimiento de Ramón Cabezón de la Sierra, nuestro más insigne político. Aun se estudia en todas las universidades de este y otros planetas, el cómo consiguió hacer de Aragón una superpotencia.

                Aquí, ahora  lo tenemos claro, el amigo Ramón, era un político avispado, es decir, que se las sabia todas, las buenas y las malas. El caso fue, que con artes poco éticas, podríamos decir que nada que otro político no hubiera hecho con anterioridad, chantaje, extorsión, prevaricación…,  se hizo con el rio Ebro, de punta a punta, desde su nacimiento en Cantabria hasta su desembocadura en el Mediterráneo. Se rieron de él, lo tomaron por loco y aquí se le tomo por un majadero que iba a arruinar Aragón más de lo que ya estaba.

                El caso es que consiguió dinero de no se sabe muy bien donde, unos dicen que drogas, otros que en unas tierras de Teruel encontró oro, y con todo ese capital, aparte de hacerse propietario del rio, lo amurallo y contrato suficientes mercenarios para que no se escapara ni una gota. Más tarde inundo media región con pantanos y embalses, si le hubieran dejado, Zaragoza, incluida la basílica del Pilar estarían ahora a remojo. Los catalanes del delta echaron humo, los ecologistas lo querían fusilar y la mitad de los aragoneses lo hubieran despellejado vivo, pero él siguió a lo suyo.

                Años más tarde paso lo que se estaba anunciando desde el siglo XX, y el cambio climático nos trajo una sequía de aúpa, y mira por donde el agua empezó a valer ya no su peso en oro, sino en poder, en muchísimo poder.

                Así es como los catalanes a cambio de unas botellas de agua, por cierto almacenadas hacia unos cuantos años, nos dieron media provincia de Tarragona, el valle de Aran y si el tío Ramón se hubiera empeñado hasta la estatua de un tal Messi, que allí y entonces era casi un dios.

 Los valencianos nos ofrecieron Benidorm, pero Ramón les dijo que con Salou ya teníamos lo que por derecho pertenecía a las familias aragonesas de antaño, y que tanto mar y tanta playa sería perjudicial para nosotros.


                De alguna manera, sin que nadie se enterara, había hecho construir un canal subterráneo desde Aragón hasta Extremadura, que cuando abrió el grifo, nadie dudo en apoyar a la unión de las dos regiones. Para explicar esa extraña decisión, basta con decir que la Marcela, esposa del Ramón, era cacereña. Así pues, hoy día, existe una carretera elevada que une Aragón y Extremadura, aunque casi nadie la usa ya, pues hace más de cien años que ya no se construyen vehículos con ruedas, a no ser esas bicicletas que usan algún que otro excéntrico amante de la antigüedad y unos lunáticos que dicen ser deportistas ecosostenibles. No me preguntéis que es eso, pues ni los más prestigiosos psicólogos han conseguido dar con una  explicación razonable a semejante majadería.
                Con todo ese dinero, poder y sus métodos bastante amorales, pero convincentes, el Ramón, no solo consiguió hacerse el amo de media España, Portugal y todo lo que se le puso por delante, sino que además consiguió hacer firmar hasta a los chinos, coreanos del norte y del sur, y a la superpotencia americana de Honduras, un contrato por el cual todos los viajes fuera de la Tierra debían de pagar una suculenta comisión a nuestra querida nueva nación aragonesa.

                Tan enorme es esa comisión que les sale más barato contratarnos que hacerlo por su cuenta, y eso que somos tan avaros y codiciosos que nuestras tarifas son gurtelianas, sea lo que sea lo que ese palabro quiera decir,

                

jueves, 14 de julio de 2016

Ella siempre está allí. y 3?

                La noche transcurría de forma anodina, habían quedado en la terraza del bar de siempre, como acostumbraban a hacer desde sus años de juventud. Uno de sus amigos no levantaba cabeza, y con la copa de vino en sus manos no hacia otra cosa que observar el suelo de adoquines, en el que se veían los reflejos de la luna bailando. El otro era el que desde hacía años había estado alimentando un agrio humor, que en esos últimos días llegaba a ser exasperante.

                Mi mujer es estupenda. Dijo con aire de superioridad, pues conocía muy bien el estado en el que se encontraban los matrimonios de sus dos amigos, el uno era casi un alcohólico, maltrataba y humillaba a su mujer tanto en privado como en público, un día si y el otro también. El otro, el del humor agrio, aunque en público agasajaba a su mujer y a su hija, se sabía de sobras, que en la intimidad del hogar machacaba a ambas, y se rumoreaba que había llegado a abusar de la niña.

                Él nunca hubiera llegado a ninguno de los dos casos, primero no probaba nunca el alcohol, y segundo el abusar de una menor y además familiar hubiera sido una aberración, además él nunca había tratado a su mujer de forma grosera ni la había maltratado, ni en público ni en privado. Pues como decía su agriado amigo, quien no le había dado algún sopapo a su mujer en alguna ocasión. Eso no es maltrato, es como quien le da un cachete a un niño rebelde, solo en alguna ocasión y con buen criterio había puesto la mano encima de su mujer.

                Recordaba esos casos aislados, como aquella vez que se compró una minifalda, y pretendía salir con ella puesta a la calle, una pequeña bofetada y unas tijeras bastaron, y no hubo más problemas. También aquella vez en la que quiso apuntarse a un gimnasio y ya había comprado unas mallas tremendamente sexis, que a él le hubiera gustado conservar y que ella las luciera en la intimidad, pero él sabía ser severo cuando la ocasión lo recomendaba y un buen revés y las tijeras de nuevo acabaron con semejante idiotez.

                Después de los casi quince años de casados se habían sucedido esas pequeña desavenencias que él había sabido cortar sin más problemas. Pero esa noche, sentado en la terraza del bar con su zumo de piña en la mano, mientras elogiaba la cena que sabía iba a tener preparada a su llegada, recordaba la última, para él, pequeña desavenencia doméstica.
                Había sido la noche anterior, cuando ella sugirió, el irse a celebrar el cumpleaños de una de sus estúpidas amigas, a un bar de copas, y además de noche.

                Reconocía haberse pasado un poco, y que le golpeo con un poco más de fuerza de lo habitual, pero tan descabellada idea merecía una respuesta más contundente. Ese ojo morado e hinchado, sería suficiente recordatorio durante bastante tiempo.
                Su amigo, hoy silencioso y con cara de muerto, se levantó sin decir nada, y dejando la copa de vino sin tocar con un billete debajo, se marchó igual de silencioso.

                  Este sí que tiene un buen problema con la bruja esa. Comentó el otro en voz baja.

   Si, su mujer lo odia a muerte. ¿Sabías que él le pega?  Dijo él, interrumpiendo un momento las alabanzas a su propia esposa.

               Bah, no será para tanto, además quien no le ha dado algún sopapo a su mujer. Dijo el agriado. Era una de sus frase favoritas en los últimos tiempos.

                Bajo su cabeza y apuro su zumo de piña. se recostó  en la silla con el pensamiento en su mujer. Ella es diferente, es amable y dulce conmigo, siempre me espera a comer o cenar, ella siempre está allí, es su deber y ella lo entiende.

                Bueno, esto se muere. Mejor me voy a casa, empiezo a tener hambre. Adiós.

                Adiós. Le contestó y extrañado observó la rara mueca de satisfacción que mostraba en su rostro.

                Se levantó sin prisa, estaba a gusto, allí sentado. Paseó despacio por las calles en semioscuridad, deleitándose con la suave brisa veraniega que le tocaba el rostro. También se deleitaba pensando en la dulce velada que le esperaba, una buena cena, la agradable compañía de su esposa, y si no estaba demasiado cansado un poco de sexo para acabar. Después de cada pequeña discusión hogareña, sabía que su esposa se esmeraba con todos los detalles que a él le gustaban, y si su instinto no le engañaba, esta noche iba a ser para recordar.

                Subió las escaleras con premura, y conforme se acercaba al tercer piso, su olfato jugueteaba con los posibles aromas que encontraría al abrir la puerta de su domicilio.

                Abrió la puerta y lo primero que le sorprendió fue la ausencia de luz, ninguna lámpara encendida, ni siquiera la blanca de la cocina. Antes de llegar a llamar a su mujer, un silencio le golpeo con fuerza. Fue encendiendo todas las luces de la casa conforme pasaba de una habitación a otra. Nada, el silencio seguía invadiendo la vivienda. De repente una certidumbre, más dolorosa que cualquier otra sensación que hubiera sentido nunca, le invadió, dejándolo paralizado en medio de su dormitorio y un creciente pánico se fue apoderando de su mente.

                El armario abierto de par en par, solo ropa masculina pendía de los colgadores, los cajones unos a medio abrir y otros casi descolgándose de sus guías, parecían haber sido saqueados.

                Como un sonámbulo fue hasta la sala de estar y allí se dejó caer pesadamente en uno de los sofás. Maquinalmente, cogió el mando de la televisión y la puso en funcionamiento.

                La musiquilla de un anuncio volaba por la sala y a él le parecía que el silencio era tal, que esa mísera melodía se perdía en el camino entre la televisión y el sofá.

Así estuvo durante horas, mirando el televisor sin ver, dejando que el sonido del aparato llenara la habitación pero sin lograr apartar el profundo silencio que desde las otras habitaciones pugnaba con apoderarse de todos los rincones de la casa.

                Cuando consiguió mirar con atención el televisor, se percató de la existencia de algo apoyado sobre ese jarroncito, que él le compro a ella por su ultimo cumpleaños. Era una hoja de papel, con algo escrito. Se levantó casi de un salto y atrapo la cuartilla con desesperación. Ávidamente leyó, aquella letra limpia y elegante, era de su esposa.

                Solo una frase, cruel y aterradora para él. Me voy, no soy tu esclava. No me busques.

                Años más tarde un hombre cabizbajo paseaba solo. Al pasar por aquella terraza donde solía reunirse con sus amigos, vio una pareja que se daban cariñosamente la mano y se miraban con ternura a los ojos mientras hablaban entre susurros. Creía reconocer en aquel hombre a ese amigo suyo tan silencioso, pero no podía ser él, este tenía cara de felicidad, algo que no recordaba en su amigo, pero aun así parecía él.

                Se alejó del bar, pensando en esa pareja, y en las respuestas que llevaba años buscando, e intentando comprender que había hecho mal. Siguió andando con sus confusos pensamientos hasta que sin saber porque, se quedó parado frente a una tapia llena de pintadas.

                En una de ellas con letras pequeñas y casi borradas por el agua rezaba lo siguiente: el amor no se impone, se gana con amor.